Redactado por Gabriel Zaid en www.letraslibres.com
¿Cómo combatir la pobreza y respetar, al mismo tiempo, la autonomía personal y comunitaria de los pobres? ¿Cómo ofrecer una alternativa a las soluciones maximalistas que crean nuevos y más graves problemas? Gabriel Zaid sugiere atender los ejemplos y las ideas de Vasco de Quiroga, Gandhi, Iván Illich y E.F. Schumacher, adversarios del fetiche del progreso.
El siglo XX produjo más toneladas de alimentos que nunca, y hambrunas nunca vistas. En el Segundo Plan Quinquenal de China (el Gran Salto Adelante para industrializar el campo), más de veinte millones de campesinos murieron de hambre. La cifra para el siglo en todo el planeta rebasó los cincuenta millones, la mayor parte en Asia, Europa comunista y África.
Amartya Sen (Development as freedom) explica la paradoja. Las hambrunas son desastres logísticos. Puede haber alimentos de sobra, pero no la capacidad de llevarlos oportunamente a donde hacen falta. Con frecuencia, el problema surge por una catástrofe natural, pero lo decisivo es la mala administración. “Las hambrunas son, de hecho, tan fáciles de evitar que dejar que sucedan resulta sorprendente.”
Hay un ejemplo bíblico de buena administración. El faraón de Egipto tuvo un sueño perturbador: siete vacas gordas devoradas por siete vacas flacas (Génesis 41). José lo interpretó como premonición: venían siete años de grandes cosechas y siete de hambre. Recomendó que en los años de abundancia se acumularan reservas de trigo con la quinta parte de las cosechas, y así evitó la hambruna siete años después.
José pudo haberse limitado a compartir la angustia del faraón, sin entender lo que estaba pasando. O pudo comprender y aceptar la tragedia resignadamente, como si fuera la voluntad de Dios. O pudo proponer una tontería. Todo problema puede ser claro, confuso o invisible, prestarse a definiciones diferentes (y aun opuestas) y llevar a distintas soluciones, o a ninguna, o a remedios peores que el problema. Las mejores soluciones parten de un buen diagnóstico, de los recursos disponibles y de una actitud pronta, no pasiva.
La población desnutrida (la octava parte de la mundial: 800 millones de personas) es también la que vive con un dólar diario (o menos), porque la desnutrición es causa y efecto de la pobreza (FAQ, The state of food insecurity in the world 2006). La desnutrición limita el desarrollo de las personas, las hace vulnerables a enfermedades y accidentes, acorta la vida y disminuye la vitalidad. Sin embargo, ha sido poco visible, porque sus privaciones no tienen los efectos extremos de las hambrunas, ni se concentran de manera fulminante en un lugar y momento. Frente a las hambrunas, que son evidentemente anormales, la desnutrición y la pobreza han sido vistas como normales (algo que pertenece al orden natural de las cosas); o, en todo caso, como irremediables.
Naturalmente, si la pobreza es invisible o parece natural, el problema no existe. Si se atribuye al alcohol, la imprevisión o la falta de espíritu laborioso, resulta merecida. Si se toma como un castigo de Dios, parece irremediable. Si es vista como despojo, lo importante es reparar la injusticia, no remediar la pobreza. Si se confunde con la desigualdad, no puede haber solución hasta que cambie el régimen político (o la naturaleza humana). Si es vista como incultura, todo es inútil sin educación, mucha educación.
Paradójicamente, una actitud opuesta al fatalismo puede tener efectos (exteriores) parecidos. La pobreza voluntaria de Buda, de Diógenes, de los estoicos y de los primeros monjes cristianos transformó el problema en solución. Lo importante es la liberación personal, no la abundancia de cosas que no valen ni hacen falta. Un deportista se priva de muchas cosas y se vuelve más dueño de sí mismo. (La palabra asceta viene del griego asketés, el que hace ejercicios para estar en forma.)
Esta tradición se renueva en Gandhi, con resonancias románticas y políticas (Hind swaraj or Indian home rule, 1908). La autonomía (swaraj) de las personas, de las aldeas tradicionales y de la India es un ideal superior al progreso que trajeron los ingleses. “No necesariamente un hombre es infeliz porque sea pobre, o feliz porque sea rico.” No tenemos nada que aprender de los ingleses. Son ellos los que tienen que aprender de nuestra cultura tradicional.
Gandhi se refería, naturalmente, a los ingleses que dominaban la India, y la hacían retroceder imponiendo el ferrocarril, la maquinaria industrial, los hospitales, las universidades, las cámaras legislativas, los tribunales: todo lo que destruye la autonomía personal y social. Pero admiraba a otros ingleses, de los cuales aprendió: los anarquistas, los tolstoyanos y los críticos de la economía moderna, especialmente John Ruskin, que pasó del análisis de la pintura moderna a The political economy of art (1857) y Unto this last (1860), una crítica de Adam Smith, David Ricardo y John Stuart Mill. La revolución industrial y el imperialismo napoleónico movieron a los románticos a la crítica del progreso y a revalorar lo medieval, las tradiciones populares, las artesanías, la vida del campo y la naturaleza.
Gandhi no estaba en contra de la innovación dentro de la cultura tradicional, si el progreso era auténtico y autónomo. Hay un ejemplo ilustrativo, aunque remoto y poco gandhiano (porque Gandhi rechazaba las armas). Los apaches no tenían caballos ni rifles cuando llegaron los ingleses. Pero se los tomaron, y aprendieron a montar y combatirlos con armas de fuego. Este ejemplo ilustra, en primer lugar, la autonomía, porque las innovaciones que llegan del exterior no las imponen los ingleses: las adoptan los apaches por su cuenta y contra los ingleses. También ilustra (anticipadamente) el concepto de tecnología apropiada. Los apaches eran nómadas y cazadores. El caballo y el rifle resultaban perfectos para su forma tradicional de vivir. Inteligentemente, no los vieron como peligros para su identidad, sino como recursos para su autonomía.
Me intereso mucho, asi que espero que les guste. Un beso
Rocio Rodriguez
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